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viernes, 25 de octubre de 2013

Como lo hacia mi abuela.


Para gustos los colores, y aunque la abuela siempre está ligada a un sentimiento de comodidad, libertad y ternura, abuelas hay de muchos tipos. Está la abuela que es la fotocopia de mama Noel, de pelo canoso, lentes y que teje eternamente (sospechamos que por las noches suelta la costura para no terminar), está la abuela autoritaria y estricta que detrás de todos sus regaños tenía un dulcecito escondido para consentirte. Esta la Súper Abuela que no se permite tener canas, que va al gimnasio en la mañana, que baila reggaeton y que con un poquito más de botox no pestañea. Independientemente de la abuela que te tocó su objetivo principal es tu bienestar y en su lenguaje bienestar se traduce en  comida en cantidades y variedades alarmantes.

Para el argot abuelístico la comida es sinónimo de salud, un niño delgado jamás será un niño feliz, la madre abnegada para solucionar el asunto deja a su niño a cargo de su progenitora, lo entrega en Noviembre y lo recibe en Enero después de vacaciones, rollizo y cachetón, la fina estampa de un pequeño Buda que fue y vino del Nirvana.

Oímos a nuestras madres diciendo:
- Ay Mami pero el niño está gordo!

Y responde la abuela (cualquiera de sus versiones) – No, el niño está nutrido, además déjalo que él ahorita le viene el desarrollo y se da el estirón.

Nos permitimos decirles que hay niños como nosotros que el desarrollo no nos estiró, nos expandió y todo ese amor al cabo del tiempo se convirtió en grasa corporal.
Ningún niño engorda comiendo brócoli, la cocina de la abuela es abundante, generosa, ruidosa, llena de mitos urbanos y eso sí muy sabrosa. Un plato limpio y la expresión de “abuela quiero más” es el logro culinario más grande de una abuela. Su cocina nos recuerda platos que si bien son simples en su composición estaban llenos de sabor, de perfumes, de cosas exóticas que las mamás jamás podrían reproducir en sus cocinas hasta tener el título de abuelas.

Todos nacemos con una mente que es como una alacena vacía que al trascurrir del tiempo vamos llenando con recuerdos visuales, auditivos y gustativos. Esos primeros recuerdos gustativos que nos aportó la cocina de la abuela y que nos dan esa sensación de confort, satisfacción, saciedad y compañía es lo que nosotros como cocineros tratamos de emular cada vez que un plato llega a la mesa.

Ojalá los dueños y cocineros de los restaurantes top de este país con su tendencia minimalista y su orientación molecular visitaran más a sus abuelas y recordaran que el placer de comer no está en tener experiencias extrasensoriales del tercer tipo sino en alimentar, llenar el estómago y el alma y eso se hace sin tanto perendengue.

Y si eres cocinero y tu abuela partió al más allá hazle el honor a toda la felicidad y calorías que te aportó de niño y exhuma sus saberes contextualizándolos en tu realidad, no importa que no esté de moda. Tu misión más allá de cualquier cosa es alimentar.

Todo comensal que se sienta en tu restaurante por más corbata, lapicero Parker y canas que se empiecen a asomar es también un niño con un raspón en la rodilla y un balón de fútbol que espera con ansias que le llenes el alma.

Lingüini y Colette





2 comentarios:

  1. Me tope con este blog por azares de la búsqueda web. Me dieron ganas de comer buñuelos de frijol como los hacia mi abuela, para evocar la nostalgia.
    ¡Muchas gracias por compartir!

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  2. Si, en eso todas las abuelas se parecen, en general les gusta cocinar y tienen la cocina llena de diferentes ollas, sartenes, juegos de cuchillos y cosas que hasta ni usan pero lo tienen casi todo! Por lo menos la mía es así...

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